Ayer por muchos motivos fue un día realmente especial. Una locura, no cabe duda. Pero poder pasar un rato con mi bro, que me inviten a comer, y acierten de lleno con los detalles. Hay cosas que no fallan conmigo el chocolate y todo tipo de objetos con aroma.
Valoro el detalle y sobre todo que pensase en mis gustos. Un paseo navideño aunque caluroso a la orilla del Guadalquivir, un concierto callejero y algún abrazo de propina. Me volví contentísima por haber aprovechado apesar de la distancia de mi bombonazo.
Contenta apesar de la paliza de viaje en un día ;), todavía me quedaba mucho que celebrar. Necesitaba otro abrazo, y no hubo que pedirlo salió de quién lo sabía. En ese momento no podía más que sentirme feliz, porque aunque se cuenten o no con los dedos de una mano los verdaderos amigos, tengo mucha gente a la que quiero y no se trata de simples conocidos. Hablo de esas personas que con el paso del tiempo se convierten en un familiar más, personas que haya distancia o no, siempre podrás contar con ellas, siempre te sacarán una sonrisa y te harán olvidar todo aquello que te angustia. En definitiva, amigos que se preocupan por tí.
Está bien ser independiente y solitario, pero el confort que dan los buenos amigos no es comparable a nada. Y con tanto amor en el aire, se iba a desatar la mejor noche que pueda recordar. Reunirnos los amigos del cole, aquellos con quienes más horas he pasado, tantas risas, tantos recuerdos...
Y darme cuenta de que por muchos años que pasen, cuando quieres a alguien no puedes olvidar ese cariño, esos buenos momentos y sentirte de nuevo como en casa.



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